Llega el otoño

Cuando este otoño comenzó, nos regaló 89 días y 20 horas antes que llegue el invierno.

De esos 89 días, casi 30 los pasaremos durmiendo, lo que nos deja un total de 59 oportunidades para disfrutar de esta estación tan renovadora. Porque el otoño es siempre un nuevo comienzo en nuestro hemisferio, coincidente con los meses de septiembre, octubre y noviembre, donde la vuelta al cole y al trabajo marcan el regreso a la rutina horaria que pone en orden nuestras vidas.

¿Quién puede negar que el final del verano, casi siempre, nos deja un sabor agridulce?

Sentimos una mezcla que está entre las ganas de más, como si no hubiera sido bastante, y a la vez, el cansancio y la apetencia de volver a ponernos calcetines calentitos en casa, con una taza de chocolate caliente entre las manos.

Tampoco podemos negar que gracias a que el sol se pone más temprano, en otoño dormimos mejor y nos notamos más descansados que en el insomne verano de noches de calor infinito. Percibimos, además, cómo cambia el ambiente de nuestro alrededor, los días se acortan y las temperaturas bajan, y eso nos influye. Es una estación que nos revela nuestra sensibilidad y nos prepara para la navidad.

Los sentidos se colman de plenitud sensorial y nos invade una sensación de vínculo con el poder de la naturaleza y sus metamorfosis: el olor a lluvia, el frescor de la tarde que nos inunda de aire reconfortante, y sobre todo, la luz, esa luz otoñal menos directa que nos brinda nuevos colores, con más matices, contrastes armoniosos y una gama casi infinita de grises, que es como deberíamos mirar las cosas. Al contrario de lo que se pueda pensar, socializamos con mayor empatía y calma, apreciando el momento, conocedores de que el día se acaba antes. Quizá menos alocado que en verano, pero sí más sereno y sensato.

Si todo esto lo unimos a nuestro carácter mediterráneo, que siente y vive la calle como una extensión de su casa, buscaremos la fórmula que nos brinde deleitarnos con tanta belleza otoñal sin nada que nos estorbe. El resultado es que te ves tomando algo en una terraza bajo el amparo de un cierre acristalado, posiblemente de nuestra marca Acristalia, contemplando la vida sin los molestos ruidos de los anticuados plásticos sucios y con olor a humedad que mueve el viento…, porque lo que buscas es la paz en ese momento, y en ese lugar, entre vidrios, la encuentras.

Y es que la inversión que un negocio hostelero hace en unas cortinas de cristal como nuestra Serie Tándem, se amortiza a medio plazo (si lo relacionamos con la satisfacción de los clientes la amortización es inmediata), y da un salto de calidad que los usuarios aprecian por todo lo que les ofreces en seguridad y sosiego.

Es un asunto emocional, ya no tanto de precio, la decisión de una persona ante la oferta que tiene delante para pasar su tiempo de ocio.
Si lo piensas, es hacia lo que nos inclinamos como sociedad, necesitamos cada vez más un poquito de calidad en nuestro disfrute personal, y como empresario del sector Servicios, puedes ofrecer ese valor afectivo que los clientes esperan y se llevan puesto como experiencia positiva a compartir cuando lo encuentran.

Hazle caso a tu intuición, renueva tu planteamiento con ideas frescas, apartando las viejas costumbres preconcebidas a un lado y mirando tu proyecto de negocio con una nueva luz, preparándote para el futuro, y piensa en los beneficios que te puede reportar una buena instalación de cerramiento acristalado de calidad, sin perfiles que molesten la visión, diseñado y fabricado en España, e igualmente, en los beneficios que aportas a tus clientes cuando ya están en tu local y lo que ello va a suponer después.
Así tu decisión estará basada en datos y no en promesas. Consigue que tu negocio, para la gente, sea el lugar donde quiere estar, reír, sentir, recordar, compartir, vivir, volver,…

Y para terminar, hay una frase que corre por internet y que nos gustaría regalarte para que la recuerdes durante casi los noventa días que tiene esta estación:

“Del otoño aprendí que aunque las hojas caigan, el árbol sigue de pie”.